Lo reconozco, llego un poco tarde. Con tanta plataforma de streaming e inmerso en el análisis capítulo a capítulo de esa soberana castaña que es El simpatizante, he tenido la oportunidad de ver Mi reno de peluche, ese fenómeno (uno más) de Netflix que dio tanto que hablar durante unos días. Como suele ocurrir con todo fenómeno ahora, que es más corto que el recorrido de la Blackberry, apenas se habla de ella, pero aquí estoy yo para, aconsejado por mi estimado compañero Pedro, que realizó la crítica de la serie, elaborar un humilde y subjetivo (como no) análisis psicológico de una serie que ha dado mucho que hablar.
Análisis psicológico de la personalidad de Joker, de Joaquin Phoenix
Análisis psicológico de Vengadores: Endgame. Heroísmo, pérdida y resiliencia.
Análisis psicológico de American Psycho. Psicopatía vs Psicosis.
Análisis psicológico de Shutter Island. Sobre psiquiatría y delirio.
Análisis psicológico sobre Spiderman: la última cacería de Kraven.
Análisis psicológico de Thor: Love and Thunder. Sobre la defensa maníaca en la depresión
Por lo tanto, esta no es una crítica de la serie Mi reno de peluche. Es más, no recomiendo que se lea este artículo porque, básicamente, vamos a diseccionar lo que ocurre en ella y os puede estropear la experiencia.
Además, como en todo análisis psicológico, está sometido al tipo de terapia en el que uno está formado, a la categoría a la que pertenece (no soy psicólogo, sino psiquiatra) y a las propias experiencias vitales de las personas con las que ha tratado y que uno mismo ha experimentado. Es decir, que tal vez sea un artículo que aporte poca luz porque la mente humana sigue siendo un enorme agujero negro para todos nosotros.
Nuestra crítica de Mi reno de peluche, el nuevo fenómeno de Netflix
Comenzamos.
Mi reno de peluche es una serie triangular, marcada por una relación entre dos personas y, lo que no es menos importante, la adaptación de esta relación por una de las dos partes implicadas.
Digo esto porque Mi reno de peluche es una serie extraña no solo por su concepción dramática, sino porque el creador, escritor y protagonista de la serie fue el que sufrió el acoso que luego relató en un monólogo posterior. Este hecho puede ser visto de forma admirable. Al fin y al cabo, expone sus miserias como persona a todo el mundo.
Sin embargo, no todo el mundo es capaz de hacerlo sin una buena razón. Hablamos de un cómico, Richard Gadd, que ha utilizado su propia vida, con todo lo bueno y malo que ello conlleve, para hacer reír a los demás. Es un gesto frecuente escribir una historia con detalles y tintes de la vida de uno mismo con el fin de ayudar a los demás. Pero el hecho de que Gadd se haya basado (según él) fielmente en su propia historia habla no solo de la intención de exponer un mensaje, sino de la de necesidad de que el mundo hable de sí mismo. A su modo, ya desde su concepción, Mi reno de peluche es un fascinante ejercicio de exposición narcisista. Lo que ya nos da una pista de la forma que tiene Gadd, nuestro protagonista, de relacionarse con el mundo.
Ahora nos centraremos en la relación entre Martha y Donny.
Mi reno de peluche, más allá de su tono y del realismo de lo que refleja, tiene una narrativa en reloj de arena. Lo que empieza siendo la típica trama de acosador y acosado pivota a partir del cuarto episodio, creciendo poco a poco nuestro entendimiento sobre la acosadora y el desconcierto con el acosado.
¿Por qué ocurre esto? Martha es una persona que sufre un tipo de erotomanía, la creencia imposible e irrebatible a la razón de que una persona está enamorada de ella. Es decir, un delirio.
Por lo que podemos ver en la serie, este tipo de idea es redundante en la vida de Martha, denunciada anteriormente por acoso a otros hombres a los que se acercaba pensando que era mutuo. Este síndrome es conocido clásicamente como delirio de Clerambault y, normalmente, afecta a personas que, exceptuando su pensamiento delirante sobre la otra persona, tienen una vida totalmente normal. Como curiosidad, os recomiendo la notable El intruso y, sobre todo, la estremecedora Solo te tengo a ti.
En el caso de Martha, no solo muestra claras señales de erotomanía, sino también de lo que conocemos como pseudología fantástica. Es decir, la necesidad de mentir sobre la vida de uno mismo para poder tener la atención de los demás. Solo así se explica su tan cutre como incansable intento de insistir sobre su condición de conocida abogada y las fotos mal adulteradas de su perfil de Facebook.
Y queda claro que se conduce por la vida de una forma ajena a la sociedad que tenemos. No hay más que ver su piso, la ausencia total de filtro social a la hora de mostrar su enfado con Donny o su forma de escribir, repleta de faltas de ortografía y letras permutadas. Martha se relaciona con el otro de forma literal y extrema. Como si fuera un bebé recién nacido que siente que lo tiene todo cuando es alimentado por su madre (o padre) y, que de repente, se le retira su sustento y se convierte en un ser humano sometido a un mundo hostil sin nadie que le proteja. Si el otro está presente, lo es todo. Si no lo está, le ha abandonado en territorio desconocido, por lo que es un ser odioso que no merece perdón. Sin poder definir a Martha con un diagnóstico (aún así, las personas somos mucho más que una etiqueta diagnóstica), podemos decir que la protagonista de Mi reno de peluche se conduce por la vida en la esfera de la psicosis.
A lo largo de estos siete episodios, nos terminamos acostumbrando a su comportamiento porque, por muy inapropiado y demencial que nos parezca, es coherente en todo momento. Tanto que termina por resultar predecible.
Lo de Donny es otra historia.
Hablamos antes del papel del protagonista de esta historia como creador de la serie, una suerte de particular exposición narcisista de sus propias miserias. Un enseñar los defectos de uno abiertamente a todo el mundo buscando que se hablen de ellos porque, en el fondo, se está hablando de uno mismo.
En este sentido, la mera existencia de Mi reno de peluche no deja de ser la expresión más extrema de las inquietudes de Gadd. Recordemos que, inicialmente, el protagonista aspira a ser cómico, a hacer reír con un tipo de humor poco convencional.
El comportamiento de Gadd, con sus peculiaridades, no deja de ser el del típico neurótico. Mientras que el psicótico se mueve en el todo o nada, la neurosis vive del deseo, del conseguir lo que nuestra moral pueda permitirnos y renunciar lo que no nos deje, aunque queramos poseerlo con toda nuestra alma, con lo que ello implica. Es decir, la inmensa mayoría de la sociedad actual.
Donny busca el reconocimiento de la gente a través de un particular tipo de comedia. Sin embargo, los abusos y violaciones repetidas de su “mentor” lo rompen psicológicamente.
Es conocido el efecto psicológico que puede llegar a producir el trauma de una violación. El dique psicológico que contiene la identidad de Donny se rompe y esta empieza a difundirse. El protagonista ya no sabe quién es y duda de todas y cada una de las decisiones que toma. Al fin y al cabo, en los valores instaurados en una sociedad neurótica, se supone que una persona debería defenderse de una violación. No debería haberse plegado a las peticiones de un hombre ejerciendo su poder por querer ser admirado. Y tampoco deberían gustarle los hombres siendo hombre.
Tras la violación, Donny se embarca en un viaje de sexo desenfrenado e incontrolable porque, a juicio de su mente (que no siempre es el mejor juicio), la única forma de restaurar su identidad atentada es controlando situaciones lo más parecidas posibles a la que sufrió. Controlar lo incontrolable.
Este viaje únicamente le conduce a un periodo de mayor confusión, de una nula autoestima porque es imposible querer algo que no se conoce ni se define. Es entonces cuando intenta retomar el rumbo de su vida sin tener todavía el control sobre sus propios afectos.
Solo así se explica que busque amor en una página de mujeres trans. Donny no puede reconocer que le gustan los hombres no solo porque a la sociedad le cueste aceptarlo, sino porque sería como reconocer que disfrutó ser violado por aquel hombre. En una solución mentalmente salomónica, busca lo que no tiene en personas nacidas con el género masculino cuya identidad de género es femenina. Obviamente, un parche que solo mantiene su confusión.
Es en todo este maremágnun de sentimientos contenidos cuando aparece Martha, la acosadora. Siendo una víctima, Donny siente repulsión por las conductas de esta pero, en el fondo, a una identidad rota le alivia el halago estable, el que le hagan sentir bien. El que alguien vea, de forma espontánea, lo bueno que uno tiene. Lo que uno ni siquiera sabe si tiene. Como me dijo un paciente al que atendí una vez, mejor perseguido que solo.
Paradójicamente, las idas y venidas de su relación con Martha son las que conducen a su propia catarsis en forma de monólogo. El convertir el indescriptible pensamiento en la más limitada palabra. Con ello, al convertir lo inasible en algo palpable, razona sobre ello y se permite intentar solucionarlo. Confesándolo a sus padres y (propio del protagonista) al mundo en forma de monólogo.
El final de la serie, con un Donny convertido en un reflejo de Martha, solo habla de la necesidad universal de amor que todos tenemos. Incluso cuando intentamos presumir de cómoda soledad creando o compartiendo publicaciones en redes, lo único que queremos es esa reacción del otro. Martha busca al otro de forma extrema y Donny está dispuesto a todo con tal de conseguir la aprobación de los demás, pero no dejan de ser versiones rotas de todos nosotros. Seres para los que la existencia sin el otro no es existencia.
Sed felices.
Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices.
Muy interesante el análisis. De esta forma se entiende mucho más al protagonista y se ve que la serie es mucho más compleja de lo que parece a simple vista. Un abrazo.