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Crítica de Los pecadores (2025), explosivo cóctel sobre racismo, sexo, vampiros y blues.

Esta me la esperaba. Y si no me creéis, podéis revisar nuestro artículo de las 15 esperadas de 2025. Porque Los pecadores, uno de los espectáculos más disfrutones de esta primera mitad del año, demuestra el potencial de una asociación tan interesante como estable, la del director Ryan Coogler y el actor Michael B. Jordan.

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Coogler y Jordan coincidieron por primera vez en Fruitvale Station (2013), la primera película del director, un drama racial que reventó Sundance, el principal festival de cine independiente del mundo, y que le sirvió para la sorprendente Creed, el regreso al universo de Rocky Balboa con su protagonista cediendo el protagonismo al hijo de su rival Apollo Creed (otra vez Michael B. Jordan, que sigue impulsando la franquicia con Coogler como productor en una segunda y tercera entrega).

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Después llegó Black Panther, buena muestra de la maquinaria publicitaria del Marvel de aquella época, de taquillazo en taquillazo. Porque tanto la primera como la segunda entrega son películas muy normalitas que han llegado a estar nominadas al Oscar.

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Ahora, en un periodo de incertidumbre del género superheroico, Coogler ha aprovechado para impulsar su primer proyecto personal desde la citada Fruitvale Station. Y ojalá que lo hubiera hecho antes, porque Los pecadores es una alegría para el cine. Por ser un éxito de crítica, de público y por mostrarnos un nuevo y original universo.

Ambientada en la Norteamérica sureña y, por tanto, racista de los años 30, Los pecadores se centra en dos hermanos gemelos (Michael B. Jordan) que regresan a su pueblo natal para montar un club de blues solo para negros. Aparte de las tensiones que se generen con los blancos de la región y entre la propia comunidad negra, tendrán que lidiar con una horda de vampiros.

Lo que más llama la atención de Los pecadores es la mezcla de géneros. No se puede decir que la película sea de vampiros, aunque tenga momentos propios del género. También es un drama racial, un western situado en los años 30, una historia de paso a la madurez y, por encima de todo, una película sobre el poder de la música para evocar algo más allá de nosotros mismos.

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Y Coogler sale más que airoso con esta extraña mezcla de géneros, aunque no pueda evitar que Los pecadores adolezca de pequeños bajones de ritmo. Con sus dos horas y veinte minutos de duración (el gran mal del cine moderno), un poco más de tijera en el montaje le habría convertido en una obra maestra.

Esencialmente, los dos primeros tercios de película se enmarcan dentro del drama sureño, con unos carismáticos gemelos con un pasado oscuro dispuestos a enfrentarse a quién sea con tal de conseguir sus objetivos y sirviendo como mentores a un primo adolescente con un enorme talento para el blues. La ambientación y la definición de personajes es excelente pero lo que más llama la atención es la claridad y la crudeza de lo que se cuenta. De hecho, Los pecadores es una de las películas comerciales con mayor carga sexual de los últimos años. Y no, apenas cuenta con momentos eróticos, pero su lenguaje está alejado de todo lo considerado políticamente correcto. Hasta el punto de sorprendernos escuchar a Hailee Steinfeld (la futura Ojo de Halcón) hablar sin tapujos sobre cunnilingus y otras prácticas sexuales. Todo un punto positivo para la película.

Es cerca del final cuando el cine vampírico en su modalidad más disfrutona, repleta de violencia, entra como un tren y nos recuerda a grandes joyas del género, como el Abierto hasta el amanecer de Robert Rodriguez o cualquiera de las películas de John Carpenter (que podéis repasar aquí y aquí).

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Y todo ello, el drama, el paso a la adultez y los vampiros no se entienden sin la música, verdadero elemento vertebrador de la película. La película parte de la intrigante premisa de que los grandes músicos son capaces de desgarrar el velo que separa el mundo real del de los espíritus. Es por ello que el blues, género marcado por la improvisación y, por tanto, el descontrol, está mal visto entre la comunidad negra más conservadora, que aboga por la música religiosa, más predecible y controlada.

La banda sonora es espectacular, tanto en su versión más blues como en las canciones típicas irlandesas que aparecen en un determinado momento de la película. Es esta una película en la que se canta pero, sobre todo, se baila mucho. Se baila para hermanarse, para evadirse y para desearse. En este sentido, Los pecadores es una deliciosa celebración de lo dionisiaco, de la sensación de libertad que transmite una música que te eleva más allá de tu propio cuerpo.

En definitiva, Los pecadores es una disfrutona alegría para el cine de 2025. Una arriesgada mezcla de géneros que casi acierta del todo en su representación del drama racial, en las distintas historias de amor que pueblan la película y en la desatada violencia vampírica final. Y todo ello bien cimentado a ritmo de una música blues descontrolada, sexual y, por todo ello, liberadora.

¡Un saludo y sed felices!

¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!

 

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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