InicioCómicsKingsman, de Millar, Gibbons y Vaughn. Los problemas de la clase trabajadora.

Kingsman, de Millar, Gibbons y Vaughn. Los problemas de la clase trabajadora.

Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.

Hay muchas posibilidades que Kingsman: servicio secreto (2014) sea una de las mejores películas de espías de estos últimos 20 años. Las razones serían muchas, empezando por una que al hablar de tantas series o películas se suelen dejar últimamente de lado: los actores y las actuaciones. No es sólo que los actores famosos aquí lo hagan bien: es el que el protagonista borda el papel de chico de clase baja que se ve metido en un mundo elitista. Ya podríamos ir a cómo de impresionantes son las escenas de acción (incluída la ya clásica escena de la pelea en la iglesia, de la que habló Fernando), el ritmo constante sin vacíos ni estiramientos de chicle o el asumir las esencias del género desde la aparición del primer James Bond cinematográfico y llevarlas sin complejos a la actualidad. No hay nada de narrativa hueca, todo va al grano, se prescinde de instrospecciones mal entendidas (y que suelen ser un cáncer de tantos productos audovisuales incluso de los que por lo demás están bien hechos) y pasan muchas cosas pero uno no se pierde nada.

Hay una conversación en la película entre el villano y el maestro del protagonista que explica a la perfección el porqué esta película funciona tan bien y ha tenido el éxito que ha tenido:

-Le gustan las películas de espías, señor?

-Hoy en día todas son un poco serias para mi gusto. Pero las antiguas eran maravillosas. Nada como un argumento exagerado e histriónico.

-Aaah, las películas de James Bond, por favor. Cuando era pequeño solía soñar con dedicarme a eso: caballero, espía…

-Siempre he pensado que las películas de James Bond estaban a la altura de su malvado . De pequeño yo soñaba con ser un pintoresco megalómano.

-Lástima que hayamos tenido que crecer.

El origen de la película viene del cómic del mismo nombre guionizado entre Mark Millar y Matthew Vaughn, dibujado por el no menos famoso Dave Gibbons (2012-2013). Por supuesto, dentro del particular y muy lucrativo Millarworld que ha sabido montarse el autor escocés que ya analizó aquí extensamente Pedro. Es curioso cómo la película mantiene los grandes temas y formas del cómic pero desplaza un poco el tema principal del cómic, que no es otro que la desubicación en el mundo actual de las clases trabajadoras y los pobres en general.

Está bien que recordemos que James Bond, el prototipo de los espías desde la primera incursión cinematográfica del personaje en 1962, proviene de las novelas de Ian Fleming. Quien haya pasado por ellas sabrá que allí se destila nostalgia por el pasado imperial inglés, conspiranoia sobre el enemigo interior, mucho nacionalismo inglés, elitismo (el autor no venía precisamente de lo más pobre de Inglaterra) y actitudes que a día de hoy escandalizarían a quien lo leyera de primeras, en especial en relación con las mujeres o con gente no anglosajona. Es un producto, como todos, de su tiempo, y su éxito tuvo que ver en parte por sintetizar bien el espíritu de los tiempos en el momento en que salió al mercado. Las películas, algo posteriores, tienen algo o bastante de estas cosas, pero algo suavizadas con mucho más humor, consciencia de la ridiculez de alguna de estas cosas y más acercamiento a lo pop.

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Así, el cómic del que hablamos nace de la idea de Mark Millar de preguntarse cómo un James Bond de la vida llegó a ser lo que es. Siempre hace sus cómics así, con un “¿qué hubiera pasado si…?” original, continuando con un rosario de escenas violentas o profundamente chuscas y acabando sin hacer en ridículo pero bajando el nivel del principio de la historia. Aunque en este caso es posible que sea el cómic de su particular universo más redondo, en el que el final no solo no es lo más flojo sino que es el colofón perfecto a lo que quiere contar.

El cómic huye del tradicional elitismo de los inicios de cosas relacionadas con los espías, tan abarrotados de aristócratas o hijos de millonarios metidos a servidores del estado, para meternos en un entorno de gente que vive en viviendas sociales. Gente que ve telebasura, que habla mal, que no tiene inquietudes culturales elevadas y que es, vaya, pobre. El protagonista viene de ahí, y su tío, que tiene choques con su madre que vienen de la diferencia de dinero y clase social de ambos, decide que tiene que tener una oportunidad. Una para salir del aquel fango.

Mark Millar nos lleva de la mano del entrenamiento para ser un superagente secreto, con escenas en las que muestra la superioridad del paleto sobre los niños pijos en cosas como robar, disparar o desenvolverse en entornos poco amistosos…y sus enormes problemas para la sutilidad social, en la que los que vienen de entornos con más dinero tienen una ventaja desproporcionada. Hay conspiración para acabar con el mundo, hay un supervillano que podría ser de cualquier película de James Bond (y, vamos a decirlo, menos divertido que el de la película), hay sólo una seducción de una mujer despampanante (que es tratada con una dignidad y respeto que es inaudita en cualquier película o libro de espías parecido) y escenas de acción crudísimas, como es marca de la casa de Mark Millar y que son perfectamente ejecutadas por un más que correcto Dave Gibbons. Pero el cómic prescinde de mucho del espectáculo de humor y tomarse poco en serio a sí mismo que hace grande a la película para, vamos a decirlo, tener como tema central los problemas de venir de una clase social baja.

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Y ahí la clave es el tío del protagonista, agente secreto antes que él, su mentor, su amigo. Alguien que viene del mismo barrio y que sabe lo que es vivir allí. Y salir de allí. Mark Millar a través de él se muestra muy poco indulgente con determinadas actitudes y comportamientos de las clases bajas, especialmente con los más estereotipados. Desde el principio y especialmente al final nos deja clara su postura: no hay que caer en el estereotipo o caricatura que las clases más acomodadas y sus medios de comunicación (es decir, los medios, en general) han fabricado para los pobres. No hay que conformarse con las migajas que te dan con cara de asco. La solución al clasismo institucionalizado en Gran Bretaña debe venir, en la propia lógica  del cómic, por dar una oportunidad de verdad a los más desfavorecidos, confiar en ellos en serio y no verles como cosas insalvables a las que hay que arrojar algo de dinero para que vayan a beber cerveza a sus viviendas sociales y no nos quemen los chalets. El auténtico valor del ser humano es ayudar a los demás, preocuparse de su entorno, darse cuenta que no vive solo y que lo material, siendo básico e importantísimo, no puede convertirse en todo lo que nos preocupe. En las propias palabras del cómic:

“A los medios nada les gusta más que mostrarnos como incapaces y vagos, pero espero haber demostrado que un hombre es capaz de cualquier cosa en la vida. Lo único que necesitamos es una pequeña oportunidad y a alguien que crea en nosotros. Trabaja duro, ayuda a otros y no caigas en el antiintelectualismo fomentado por la gente que quiere ver a los de nuestra clase con cadenas de oro y gorras de béisbol horteras. Solo quieren reírse de nosotros en sus reality shows. Pero tampoco te conviertas en un lacayo del sistema. Recuerda quien eres. Conserva tu mote más tonto si puedes.”

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Aunque lo pueda parecer, Mark Millar no hace un cómic social o político maniqueo y moralista. Hace un cómic de espías, acción, una historia de aprendizaje que tiene, sí, implícito todo un relato evidente sobre las dificultades y prejuicios de la clase trabajadora en el mundo actual. Y se moja sobre las actitudes erróneas y acomodaticias de todos al respecto. Es de manera consciente un cómic que se aleja de los orígenes claramente clasistas y nacionalistas del género de espías para entablar con el lector una conversación sobre las clases sociales. Todo en medio de explosiones, robos, disparos y tramas para destruir el mundo.

Garth Ennis en la misma línea de quitar elementos más de los años 50 que del siglo XXI al mito del superespía bondiano ha hecho hace poco el estupendo “Jimmy Bastards”, que ya analizó aquí fantásticamente bien Máximo. Vale la pena echarle un vistazo también.

Sed felices.

Raúl Sánchez
Raúl Sánchez
Arriba es abajo, y negro es blanco. Respiro regularmente. Mi supervivencia de momento parece relativamente segura, por lo que un sentimiento de considerable satisfacción invade mi cuerpo con sobrepeso. Espero que tal regularidad respiratoria se mantenga cuando duerma esta noche. Si esto no pasa tienen vds. mi permiso para vender mis órganos a carnicerías de Ulan Bator.
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