Hubo una época, los años 90, que no fue buena para las películas de ciencia ficción en las salas de cine. Me refiero a aquellas que no tenían grandes presupuestos, pues fuera del ámbito de Men in Black o Matrix, a las películas más modestas, como Dark City, de la que hablaremos hoy, les costaba un universo recaudar algo de dinero en la taquilla.
La ciencia ficción siempre ha sido un género complicado a la hora de replicar el éxito de las novelas en las pantallas grandes. La razón es la amplitud de temáticas que ofrece una mirada aséptica y catártica de la civilización. Un género, la buena ciencia ficción, que suele basarse más en las ideas o los conceptos a la hora de desarrollar los argumentos de las películas.
Eso no significa que menosprecie la acción o la comedia; me refiero a que a través de todos esos recursos fílmicos subyacen unas ideas que invitan a la reflexión. Quizás por eso, muchas veces, no sean entendidas o simplemente parezcan aburridas. En mi caso, puedo decir que cuando era joven mucha gente creía que Blade Runner era una película aburrida, porque solo mostraba muchos diálogos metafísicos de los personajes.
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Puede que algo de eso le haya pasado a Dark City, que no fuera entendida y como pasa con muchas películas denostadas, termine siendo aspirante a película de culto de la ciencia ficción. Un filme imperfecto, con escasos recursos pero bien utilizados, con set pieces visuales que deslumbran, una sugestiva ambientación e ideas interesantes que la elevan en su afán por trascender una vez has acabado de ver la cinta. Trascender en el tiempo y en la memoria es lo que al final convierte a las películas en clásicos o, en un escalón inferior, de culto.
Lo primero que quiero comentar es que nunca he entendido por qué tachan a esta película de copia de Matrix, cuando esta se estrenó un año después que Dark City. Las similitudes en algunos planos y secuencias se deben a que ambas películas compartieron set de rodaje y decorados. Matrix apuesta por una acción más visceral, cuyo resultado es la ley del más fuerte, mientras que en Dark City la acción está contenida, apostando más por el neo-noir (sí se puede afirmar que bebe de las ideas de Blade Runner) con pequeñas explosiones de violencia que dan contexto a la historia.
Y otro dato es que aunque puedan subyacer ciertas reminiscencias en sus filosofías, la manera de resolverlas es totalmente diferente: Matrix nos habla de máquinas, Dark City de… otra cosa.
Dicho esto, la trama de Dark City nos cuenta la vida de una ciudad que siempre está en tinieblas. Un hombre llamado John Murdoch, que padece amnesia, deambula por la misma al descubrir que es acusado de asesinato. Mientras intenta averiguar la verdad sobre lo ocurrido, va recomponiendo las piezas para descifrar su verdadera identidad. En su viaje tendrá que huir de la policía, descubrir que tiene una bella esposa y encontrar a un médico-científico para demostrar su inocencia. Todo ello mientras un misterioso grupo conocido como los ocultos intenta darle caza porque puede ser peligroso.
Dark City está escrita y dirigida por Alex Proyas, que unos años antes había recibido buenas críticas por otra película de culto, El Cuervo. Los protagonistas son: Rufus Sewell, Kiefer Sutherland, Jennifer Connelly y William Hurt. La dirección artística corre a cargo de Richard Hobbs, la BSO está compuesta por Trevor Jones y Dariusz Wolski es el director de fotografía.
Uno de los primeros detalles que hay que comentar es la magnífica planificación en la que la ciudad entera se transforma por completo. Un diseño que sorprende y en el que lucen los efectos especiales. Una metamorfosis en la que las calles y los edificios se desvanecen entre pliegues mientras van naciendo nuevas construcciones. Pero lo genial de las escenas es su metáfora sobre el argumento, en el que la memoria de los habitantes es manipulada eliminando los recuerdos, que se convierten en mentiras o, peor aún, en la esencia de la naturaleza humana, que va desapareciendo.
Dark City está vestida desde su nombre de oscuridad. Un elemento que acrecienta la sensación de claustrofobia, logrando que la melancolía se apodere de las imágenes y nos sintamos angustiados por el camino que recorre el personaje principal. La atmósfera asfixiante, la ambientación lúgubre, la modificación de los recuerdos junto con los cambios de la ciudad, están acentuados por una banda sonora desasosegante. Una vaporosa melodía que nos arrastra a un mundo incómodo pero magnético, que desemboca en un final explosivo en el que la luz será la consecuencia lógica, pero no la deseada.
También existen pequeñas lagunas e incoherencias en su argumento que terminan por desorientar al espectador. Por ejemplo, el comienzo de Dark City es “in media res”, es decir, en medio de la acción, lo cual implica que la narración tiene que comunicar hechos o acciones para que el espectador pueda involucrarse en la historia. Si estas referencias fallan, lo que se consigue es que nos perdamos ante lo que estamos viendo y dejemos de mostrar interés porque no tenemos los suficientes detalles como para que se despierte nuestra curiosidad.
Por esta razón, el principio de la película es algo confuso y el espectador se siente perdido, pero se salva porque pasadas las primeras secuencias logra reconectar con la historia gracias a la aparición de los ocultos. Es en ese instante donde trama e historia se interconectan de forma adecuada para retomar nuestra curiosidad por lo que estamos viendo.
Y es que los conceptos que van flotando a medida que el ritmo va ascendiendo, le dan fuerza para superar el flojo desempeño detectivesco de la trama. Son las ideas que transmiten las imágenes lo que hace fascinante a Dark City, una revisión de la oscuridad, de los miedos, de quiénes somos sin los recuerdos. Unos antagonistas pálidos que nos vigilan, nos controlan y nos persiguen para recordarnos que la oscuridad es una pesadilla más real de lo que queremos admitir.
Gracias a estas ideas se pueden perdonar ciertos aspectos incoherentes de la historia. Destacando, sobre todo, un poderoso sentido visual que impregna las imágenes, ayudando a que fluya el existencialismo de la historia, navegando entre los planos cargados de una poética oscuridad.
Vamos con los actores. Empezamos con Rufuss Sewell, a quien su cara y gestos de no saber qué pasa vienen bien al protagonista. Un actor soso que siempre muestra cierta ambigüedad moral, lo que en esta ocasión le ayuda a componer un personaje que nos crea la duda de si es noble o cínico. Nos encontramos a una bella Jennifer Connelly, que acierta con su tono de mujer típica del cine negro, aunque el guion desdibuja el potencial interés que debería tener en la trama.
Un Kiefer Sutherland que resulta demasiado histriónico en su imitación de un Mad Doctor de las películas de terror. Quizás el peor parado sea William Hurt, quien da vida a un detective de policía al que casi nadie hace caso dentro de la trama y eso mismo se transmite al espectador, quedándose en un mero personaje sin sustancia.
En definitiva, Dark City es una película hipnótica, inquietante y oscura. Una oscuridad que encierra una pequeña obra de arte de la ciencia ficción, que se encuentra en la línea que conecta las ideas con la aventura cinematográfica, esa que logra que la fascinación inunde nuestros recuerdos mientras nos acompañan a dormir. Con unos efectos especiales sorprendentes, que desbordan imaginación en la transformación de las ciudades (de la que sin duda bebe el diseño del DR. Extraño de Marvel), una banda sonora sugestiva y unos antagonistas perturbadores, cuyo propósito es intentar atraparnos en una oscuridad infinita.
Dark City juega con el tiempo y la memoria, transcendiendo la esencia de la naturaleza del cine de ciencia-ficción para construirse en nuestros recuerdos como una película de culto.
Habrá que verla!
Gracias por leer la reseña, sí es una película curiosa y recomendable