El 10 de marzo de 2000 llegaba a los cines Misión a Marte (Mission to Mars, conocida en América Latina como Misión: Marte), película de ciencia ficción que, salida del riñón de Disney con dirección de Brian de Palma y roles protagónicos a de Gary Sinise y Tim Robbins entre otros, no fue en su momento bien tratada por la crítica ni tampoco un éxito de taquilla. La perspectiva del tiempo y su influencia posterior, sin embargo, permiten hoy hacer una justa revisión de sus logros más allá de sus carencias.
De todos los mundos del sistema solar, Marte siempre nos ha despertado mayor intriga que ningún otro. Quizás por ser nuestro vecino más “hospitalario” (Venus es casi el infierno) o, contrariamente, por lo agresivo de su color o que su nombre designe al dios romano de la guerra, es mucha la literatura que lo ha visitado y también la filmografía. De hecho, no olvido que estoy aún debiendo un prometido top que ya llegará, con las mejores películas sobre Marte (mientras tanto y por si les interesa, les dejo el de la Luna). Misión a Marte, de Brian De Palma es, aun con sus defectos, una de ellas…
En lo personal, confieso que amo las historias sobre dicho planeta y títulos como Crónicas Marcianas (Ray Bradbury), Las Arenas de Marte (Arthur C. Clarke), En lo Profundo (Isaac Asimov), Tiempo de Marte (Philip K. Dick), Forastero en Tierra Extraña (Robert A. Heinlein) o Hija de Marte (ídem anterior) ocupan un querido y especial lugar en mi biblioteca, sin hablar de la clásica saga de novelas sobre John Carter a cargo de Edgar Rice Burroughs, que no solo escribió Tarzán…
Cuando varios años atrás me enteré que Brian De Palma, uno de mis directores favoritos, estaba rodando una película sobre Marte, no pude menos que ser presa de la ansiedad porque la combinación se me hacía ideal y la expectativa alta. No es que no tuviera mis temores: algo semejante me había pasado antes al enterarme que David Lynch dirigiría Dune (1984) y el resultado se quedó lejos del deseado o esperado (aquí retro-análisis).
Pero De Palma no cayó a este proyecto por cuenta propia, sino que prácticamente se lo tiraron por la cabeza. El filme ya estaba en marcha de la mano de Touchstone Pictures y, por tanto, de Disney, inspirado, de hecho, en la atracción que, también llamada Mission to Mars, funcionó en sus parques entre 1975 y 1992. No sé si desde el punto de vista comercial, era una gran idea basar una película en una atracción que ya no existía (aunque quizás haya sido el embrión de la que después se llamaría Mission: Space)…
Inicialmente la película sería dirigida por Gore Verbinski, pero este se bajó del proyecto por la negativa a darle mayor presupuesto y se abocó en los años siguientes al road movie con La Mexicana (2001), el terror con The Ring (2002) o la aventura náutica con las tres primeras películas de Piratas del Caribe (2003-2007).
Disney fue entonces por De Palma. Sonaba raro tratándose de quien había dirigido filmes tan corrosivos y poco familiares como Carrie (1976), Vestida para Matar (1980), Scarface (1983), o Doble Cuerpo (1984), pero ya para ese entonces estaba algo más aggiornado con títulos más hollywoodenses como Misión Imposible (1996) u Ojos de Serpiente (1998), aun cuando su toque personal siguiera presente, sobre todo en la segunda. Por cierto y si lo desean, pueden visitar en esta web mi artículo con las que son (obviamente a mi juicio) las diez mejores películas de De Palma.
El guion, a cargo de los hermanos Jim y John Thomas (la dupla de Depredador) junto a Graham Yost (Speed), ya estaba prácticamente escrito, lo mismo que elegido y designado el elenco. Así y todo se hicieron algunas (pocas) reescrituras y corrió por cuenta de De Palma ir en busca del gran Ennio Morricone para hacerse cargo de la banda sonora, además de conseguir lo que Verbiski no había podido: mayor presupuesto.
El rodaje fue realizado mayormente en un arenal de la Columbia Británica no lejos de Vancouver (Canadá), donde se montó uno de los exteriores de filmación más grandes de la historia del cine (ciento ochenta mil metros cuadrados) y se vertieron más de cincuenta mil litros de pintura para volver rojo el suelo. También se filmaron escenas en Jordania y las Islas Canarias, con lo que la realización del filme abarcaba tres continentes distintos: lo que se dice una producción a todo trapo…
La Historia
La película comienza con un grupo de astronautas que comparten una barbacoa con sus familias a modo de despedida, pues es su último día en la Tierra antes de partir hacia lo que será la primera misión tripulada a Marte.
Entre ellos está Luke Graham (Don Cheadle), quien debe lidiar con un pequeño hijo que, triste y malhumorado, quiere saber quién le leerá cada noche La Isla del Tesoro pero, sobre todo, Luke siente culpas porque entiende que el lugar que ocupa debería ser ocupado por su allí presente amigo Jim McConnell (Gary Sinise), quien entrenó duro y parejo para ser parte de la misión, pero la prematura e inesperada muerte de su esposa Maggie (Kim Delaney) le dejó en tal pozo depresivo que lo volvió emocionalmente inestable y por ende inapto.
Prácticamente sin solución de continuidad (ni lanzamiento alguno) saltamos a Marte, donde vemos a Luke y su grupo multinacional enfundados en sus trajes y hollando con sus pies la región de Cidonia.
Creyendo haber hallado un posible rastro de agua útil para futuros colonizadores, se encuentran con una misteriosa formación rocosa que emite extraños sonidos y, al acercársele (de modo algo incauto, hay que decir), una feroz tormenta de polvo parece desatarse alrededor de la misma y de su centro elevarse un ominoso vórtice en forma de gran gusano incorpóreo que, con excepción de Luke, se termina tragando uno a uno a los astronautas para escupirlos ya sin vida. La escena parece una mezcla de Dune (1984) con La Momia (1998).
La confusión reina en la NASA, pues las comunicaciones se han interrumpido tras un último mensaje de Luke y no saben qué ocurrió. Imágenes satelitales muestran que, donde antes estaba la formación rocosa, ha quedado descubierta la efigie de un gran rostro humanoide muy semejante, por cierto, a aquel que se creyó ver en las imágenes que la sonda Viking I tomara de Cidonia en los setenta.
Además, se advierten tres túmulos que parecen tumbas, de lo cual puede inferirse que queda un único sobreviviente que enterró a todos (presumiblemente Luke), o bien que este también terminó muriendo y no quedó nadie para enterrarlo.
Una segunda misión, originalmente programada para más adelante, debe entonces adelantarse y ser redefinida como misión de rescate. La integran el comandante Woody Blake (Tim Robbins), su esposa y médica Terri Fisher (Connie Nielsen), el ingeniero de vuelo Phil Ohlmyer (Jerry O´Connell) y el piloto Jim McConnell que, resistido en virtud de sus antecedentes por el director del proyecto (Armin Mueller-Stahl), se pone firme en que hay un amigo suyo en Marte y consigue ser puesto a bordo gracias al apoyo de Woody, que prácticamente se niega a ir sin él.
El viaje no es fácil. A poco de llegar, la nave es castigada por una lluvia de micrometeoritos que les obliga a abandonarla y terminar descendiendo en un módulo de reabastecimiento. Y no todos lo logran: no diré quién, pero alguien muere en el espacio y ello deja sobre la superficie del planeta rojo a tres astronautas sin nave ni víveres y con muy poco oxígeno.
Afortunadamente logran llegar al refugio y en su interior hay oxígeno, además de plantas que son, obviamente, las que lo generan y está claro que alguien ha convertido el lugar en un gran vivero. No tardan mucho en saber quién: un Luke desencajado y fuera de sí por completo les ataca creyendo que son alucinaciones y a duras penas logran apaciguarlo.
Una vez que entiende que han ido a rescatarle, les muestra que el “rostro” ha estado enviando ondas de radio con una frecuencia que, puesta en gráfico, da como resultado una cadena de ADN a la que solo le faltan un par de cromosomas para coincidir con el humano. Y creo que ya he contado suficiente…
Un De Palma versión Disney entre Kubrick y Spielberg
Se me hace extraño que mi primer retro-análisis de una película de Brian De Palma, de quien soy ferviente admirador y ya he dicho que es uno de mis directores favoritos, sea (paradójicamente y junto con Misión Imposible) una de las que menos denoten su sello personal (en la sección pueden encontrar el de Scarface a cargo de mi compañero Carlos): un filme “no muy De Palma”, por decirlo de algún modo.
Pero eso no convierte a Misión a Marte en una mala película ni mucho menos, como tampoco merecedora de las tibias críticas que recibiera al momento de su estreno (eso sí es muy De Palma, cuyos filmes fueron por lo general valorizados con delay).
Es cierto que están ausentes casi todos los recursos y detalles estéticos que han hecho grande a este inmenso y personalísimo realizador. No hay prácticamente escenas en cámara lenta, por ejemplo, las cuales son una de sus especialidades y lo tienen como maestro indiscutido. Pero tiene sentido, pues ya bastante tenemos con que los protagonistas se desplacen lentamente en el espacio por ausencia de gravedad o sobre la superficie marciana por sus aparatosos trajes. Sumar slow motion hubiera sido un despropósito y no marcaba diferencia.
Esta es una película que encaja en el subgénero habitualmente conocido como “hard sci-fi” o “ciencia ficción dura”, aquella que recurre a una racionalidad lo más científica posible para contar su historia y, en ese sentido, las escenas espaciales están muy bien logradas (especialmente las ya mencionadas en gravedad cero), así como la recreación de la superficie de Marte, que se ve muy creíble y se nota que han tenido en cuenta todas las imágenes que del planeta rojo se habían tomado hasta el momento, así como los últimos conocimientos sobre el mismo.
Un dato interesante es que la película ubica su historia en la década de 2020 y si bien es cierto que para estos días no tenemos todavía seres humanos caminando sobre Marte, los anuncios de Space X o los más recientes del presidente norteamericano Donald Trump, hablan de ello ya como una inminencia en lo que queda de década o tal vez en la siguiente, siempre y cuando no surjan complicaciones en los programas espaciales (hace apenas unos días estalló el Starship 8, por ejemplo).
A lo que voy es a que hay en el filme una buena percepción de los futuros desarrollos de la ciencia y la tecnología, así como de los tiempos que los mismos implican.
Se advierte, sí, la larga sombra de Stanley Kubrick (para ese entonces recientemente fallecido), pero eso es algo inevitable, pues 2001: Una Odisea Espacial (1968, aquí retro-análisis) fue una película tan rupturista en cuanto a la estética cinematográfica del espacio que prácticamente tornó después imposible escapar a su influencia, fácil aquí de advertir en los trajes o en los diseños de naves, especialmente sus interiores.
Pero esto no es Kubrick sino Disney y, como tal, no vamos a encontrar sensación onírica ni contemplación lisérgica, sino una historia más lineal en lo narrativo, advirtiéndose incluso la influencia de Steven Spielberg, particularmente notable en la decisión de mostrar sobre el final a los alienígenas (al menos a uno), tal como él, en decisión fílmica a mi juicio desacertada, hiciera en Encuentros en la Tercera Fase (1977). Y el tipo de contacto que se establece con ellos, de hecho, está más cerca del toque Spielberg que del de Kubrick.
Quizás hubiera sido mejor no mostrarlos, pero lo que le da aquí sentido es el relacionar el aspecto de los alienígenas con aquellas antes mencionadas imágenes tomadas por la Viking en las cuales se creyó, por algún tiempo, ver sobre la superficie de Cidonia un rostro humanoide tallado en piedra y reminiscente de los moái (lo que alimentó por algún tiempo las especulaciones de los buscadores de alienígenas ancestrales). Había que mostrar que justamente lucían de ese modo, aunque el marciano del final se ve demasiado ochentero y podría haber estado mucho mejor.
Las referencias literarias o de cómic están también muy bien puestas. Es cierto que ese diálogo que sobre el principio mantiene Luke con su hijo queda después algo olvidado con el correr del guion, pero quien haya leído La Isla del Tesoro no puede evitar relacionar a ese Luke solitario, desaliñado y desquiciado que sus compañeros encuentran al llegar a Marte con el personaje de Ben Gunn en la célebre novela de Stevenson.
Y para los amantes del cómic, no deja de ser un guiño genial el colgante que Jim lleva al cuello con el “aguijón volante”, icónica nave de Flash Gordon que fuera vista no solo en las viñetas sino también en los seriales de cine que llevaron al personaje a la gran pantalla en los años treinta. La escena final en que lo deja caer sobre las arenas de Marte viene a poner las cosas en su lugar y a decir que, después de todo, el cómic llegó a otros mundos mucho antes que los propios humanos.
O que el arte, en definitiva, siempre estuvo un paso por delante de la ciencia y de la tecnología. Y si no, pregúntenle a Julio Verne…
Defectos y Méritos
La película tiene, justo es decirlo, algunas inconsistencias de guion. Las relaciones familiares de los astronautas que se nos presentan al comienzo, por ejemplo, terminan teniendo poco peso en la historia con la única excepción, obviamente, de Jim, para quien el dolor por la pérdida de Maggie se convierte casi en el sentido de su misión. En cuanto al resto, ni siquiera les vemos casi comunicarse con sus familiares, un detalle que, varios años después, Ridley Scott cuidaría mucho más en Marte (2015), conocida, según países, también como El Marciano o Misión Rescate.
Hay algunos diálogos algo insípidos que podrían no haber estado y la escena en que los astronautas de la segunda misión se hallan en problemas al acercarse a Marte se hace demasiado prolongada considerando que, salvo por la ya mencionada muerte de uno de ellos, carece de relación con el eje central de la historia. Termina siendo casi una película dentro de otra o, para de modo más drástico, un estiradísimo momento anti-clima.
En cuanto a los actores del elenco, Gary Sinise hace un buen trabajo y el resto cumplen acorde a sus credenciales, pero sin destacarse especialmente ninguno, siendo claramente Tim Robbins el más desaprovechado.
Caso especial es el de Kim Delaney, ya para ese entonces estrella de la serie televisiva NYPD Blue (y que había protagonizado años antes el infravalorado thriller erótico El Vagabundo (1988), del cual pueden leer retro-análisis a cargo de quien suscribe): aparece poco y solo en filmaciones domésticas y flashbacks, pero sin embargo su ausencia es, paradójicamente, una presencia a lo largo de toda la historia.
Ello es no solo acierto del director, sino también uno de sus pocos sellos personales reconocibles, pues la pérdida suele desempeñar un rol importante en sus filmes y dar fuerza a los protagonistas, como ocurre en Vestida para Matar con Peter a partir de la muerte de su madre, o en Los Intocables (1987) con Eliot Ness ante la de dos de sus compañeros, que no diré cuáles son porque mueren bastante avanzada la cinta y quizás no la hayan visto).
Valoración y Legado
Aun con sus fallos, Misión a Marte termina siendo una buena película de ciencia ficción a la que no hay que pedirle más de lo que se propone. Quizás sea cierto que, más que como un filme de Brian De Palma, luce como uno de Kubrick filtrado por Disney y Spielberg, pero eso no quiere decir que el director esté ausente por completo y su sello puede advertirse en la antes mencionada importancia dada a la pérdida, así como, desde lo estético, en los magníficos planos secuencia que llevan indudablemente su impronta.
Desde lo técnico, es una película muy bien realizada y si bien se advierten, como hemos dicho, influencias de filmes previos, también es cierto que influyó sobre mucho de lo que vendría después. Sin ir más lejos, la soberbia y ya mencionada Marte de Ridley Scott, éxito de taquilla al que muchos consideran menor dentro de su filmografía, pero que para mí es tan brillante como perfecta.
Y ojo: también se pueden adveritr influencias en la celebrada y elogiada Interstellar (2014) de Christopher Nolan, particularmente en la banda sonora de Hans Zimmer, que contiene elementos que, quizás como homenaje o tal vez de manera inconsciente, remiten mucho a la que Morricone compuso para Misión a Marte, con una impronta más romántica que futurista y por momentos retrotrayendo a los cincuenta.
Lamentablemente, la película no funcionó en los cines como se esperaba. Con un presupuesto de cien millones de dólares, recaudó poco más de ciento diez. Eso no es para Disney tanto como un desastre de taquilla (como lo serían después Marte necesita Madres o John Carter), pero sí se queda por debajo de las expectativas y habrá significado en su momento gran pérdida para la compañía considerando los gastos de promoción y marketing, más allá de que luego hayan probablemente salvado la ropa con los videos hogareños y demás.
De hecho, cuenta la leyenda que tanto esta experiencia como la del filme animado Marte necesita Mamás (2011) llevarían a Disney a omitir deliberadamente la palabra Marte en el título de la película sobre John Carter que, inicialmente, se iba a llamar John Carter de Marte (en Latinoamérica fue John Carter: Entre Dos Mundos). De ser así, no funcionó, pues debido a sus altos costos, ese fue un fracaso de taquilla mucho mayor y, si vamos al caso, la película de Warner Planeta Rojo, dirigida por Antony Hoffman y estrenada el mismo año que Misión a Marte, tampoco funcionó a pesar de no incluir en su título la palabra temida.
Misión a Marte termina siendo pues una película que simplemente cumple su objetivo y que, por debajo de sus visibles defectos, tiene también sus méritos fílmicos y ha ejercido indudable influencia después. No es la mejor película sobre Marte ni la peor, como tampoco la mejor o la peor de De Palma, de quien, para compensar el hecho de que mi primer retro-análisis de su filmografía haya sido el de uno de sus títulos menos representativos, prometo en breve (y esta vez créanme que en breve) el de una de sus películas más personales. Estén atentos…
Hasta la próxima y sean felices…